miércoles, 2 de diciembre de 2009

Reflejo

No hacía falta que el sonido viajara en el vacío del espacio, lo que había en su rostro era una sonrisa sencilla, no una enorme carcajada. Frente a él el planeta yacía estéril, cubierto por una alfombra azul de ozono y agua. Sentado sobre la nada lo único que crecía era la expectativa. Detrás de él cruzaron velozmente los asteroides, despeinando al Espectador con sus estelas de gas y hielo y vapor de agua. Las rocas viajeras se encendieron al entrar en contacto con la atmósfera, rompiendo el bello pero monótono paisaje frente a sus ojos, añadiendo fuego al espectáculo. El rojo y el ámbar de los asteroides transformó la quietud azul en un lienzo cambiante de maremotos y llamaradas, un espectáculo casi viviente que el universo le regalaba al Espectador. La gravedad, como mano que guía a la pareja en un intrincado baile, seguía atrayendo la lluvia de roca espacial durante el crescendo de la sinfonía insonora.
La ignición del ozono transformó al planeta en una llamarada viva que opacaba al gigante rojo que apenas brillaba en la distancia.

Aunque la sonrisa del Espectador permanecía en el mismo lugar, sus ojos transmitían mucha más emoción, profunda alegría transformada en una mueca de júbilo y melancolía. Lágrimas de felicidad en sus ojos reflejaban el brillo del fuego que consumía al planeta, transformado en una medusa de ozono encendido.