domingo, 24 de octubre de 2010

Lodo

De la nada se retuerce el montón de lodo, de la espesa viscosidad se extienden apéndices; uno, dos, tres, cuatro, cinco. Eso que se ve ahí bien podría ser un pulgar. De la podredumbre agusanada surge una extremidad, algo parecido a una pierna tullida o un brazo deformemente alargado. Entre el hedor a vegetación podrida se levanta una luz pequeña, el fuego fatuo abre un boquete donde podría caber un corazón reseco. En la masa putrefacta reposa una roca corroída y enmohecida; coronada con juncos podridos; engarzada con moscas, larvas y alimañas rastreras; con agujeros que recuerdan a la expresión del más grande vacío.

¿Hay un hombre en el horrible lodo?

No. En el lodo sólo hay lodo.