miércoles, 15 de junio de 2011

Tus Ojos

Tus ojos son lo que más ha cambiado.

Antes encontraba ahí refugio contra el mundo, asilo contra el dolor.

Ahora sólo hay odio y desconfianza, y cuando tú odias odias a muerte.

Y me envenenas, me intoxicas, me quieres muerto.

Un racimo de pústulas crece de mi dorso, sube por mi espalda, infecta mis nervios, tiñe mi piel de amarillo.

Trato de hablarte, pero mis ideas se vuelven fuego y mis palabras ceniza.

El odio engendra odio y he llegado a odiarte, te empujo al asfalto, tú sangras ideas.

Maldices mi vida y tu suerte, me encierras en odio, me asfixias en asco, repudias mi escencia.

Me hundo en tragedia, hielo cruel de silencio, las fuerzas me fallan, se secan mis venas.

Tus manos me aferran, con dolo evidente, no escondes tu ira ni tu sed de romperme.

Son párrafos incompletos, son espacios muertos, son nudos de horca, son ojos de odio.

Tus ojos cambiaron, yo muero de a poco.

miércoles, 9 de febrero de 2011

El Ángel de la Guarda Hijoputa

El hombre en el callejón estaba sentado, recargado contra la pared.

La pared, un collage, un encimadero de propaganda: bandas, grafos, putas.

El encimadero, cubierto de sangre fresca.

La sangre, embarrada también en cuatro nudillos.

Los nudillos, sucios y pelados, pertenecen a un Ángel.

El Ángel, un Ángel de la Guarda Hijoputa.

Hijoputa, porque en vez de aconsejar y mandar señales manda madrazos y tira dientes.

Dientes, que antes pertenecían al hombre en el callejón.

El hombre, que asaltó al tipo equivocado, en la calle equivocada.

El tipo, que sin rezar ni pedir recibió un Ángel de la Guarda Hijoputa.

Hijoputa, porque ni tardo ni perezoso le meó encima al hombre del callejón mientras su voz esculpía risotadas por las paredes y las calles.

Risotadas que no eran de un Ángel, un Ángel con alas en forma de un delantal grasoso.

El delantal,  parecido a su aureola de pelo chino, grasoso.

Lo grasoso, rasgo inequívoco de la presencia de un Ángel de la Guarda Hijoputa.

Hijoputa, porque si el diablo asalta con cuchillo él protege con dos ganchos al hígado y un azotón contra  la pared.

Azotón, acompañado con un tronido brutal  y su voz,  gruñendo de satisfacción.

Su voz, que angelical bramó: “¡Vuelves a tocar al Flaco y te mueres cabrón!”

 

 

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