miércoles, 9 de febrero de 2011

El Ángel de la Guarda Hijoputa

El hombre en el callejón estaba sentado, recargado contra la pared.

La pared, un collage, un encimadero de propaganda: bandas, grafos, putas.

El encimadero, cubierto de sangre fresca.

La sangre, embarrada también en cuatro nudillos.

Los nudillos, sucios y pelados, pertenecen a un Ángel.

El Ángel, un Ángel de la Guarda Hijoputa.

Hijoputa, porque en vez de aconsejar y mandar señales manda madrazos y tira dientes.

Dientes, que antes pertenecían al hombre en el callejón.

El hombre, que asaltó al tipo equivocado, en la calle equivocada.

El tipo, que sin rezar ni pedir recibió un Ángel de la Guarda Hijoputa.

Hijoputa, porque ni tardo ni perezoso le meó encima al hombre del callejón mientras su voz esculpía risotadas por las paredes y las calles.

Risotadas que no eran de un Ángel, un Ángel con alas en forma de un delantal grasoso.

El delantal,  parecido a su aureola de pelo chino, grasoso.

Lo grasoso, rasgo inequívoco de la presencia de un Ángel de la Guarda Hijoputa.

Hijoputa, porque si el diablo asalta con cuchillo él protege con dos ganchos al hígado y un azotón contra  la pared.

Azotón, acompañado con un tronido brutal  y su voz,  gruñendo de satisfacción.

Su voz, que angelical bramó: “¡Vuelves a tocar al Flaco y te mueres cabrón!”

 

 

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2 comentarios:

Alekz dijo...

Qué violento, qué chingón!

Mido dijo...

Me gustó mucho como todas las oraciones se van relacionando. Está muy padre!